Siempre me han mirado raro. Desde que tengo memoria —o lo que queda de ella, carcomida como papel quemado—, los niños me observan con esos ojitos redondos, como si algo dentro de mí les hablara en un idioma que entienden con los huesos, no con el alma. Me llamo Pintxi. No sé quién me lo puso. Tal vez fui yo. Tal vez fue el último que se atrevió a reírse... antes de que su garganta aprendiera a hacer silencio.
¿Mis zapatos? Sí, son grandes. Inmensos. Tan grandes como los pasos que di para cruzar el umbral de lo humano. Crujen aunque no me mueva. No pisan suelo: aplastan memorias, risas olvidadas y pensamientos que se retuercen aún calientes.
Y la cara… oh, la cara. La pintura se agrieta porque está hecha con restos. Restos de cosas que no deberían mezclarse. Restos que sangran sin color. Y en el centro, brillante como una herida reciente, mi nariz roja. No es graciosa. Nunca lo fue. Es una mancha. Una advertencia. Una flor marchita en medio del rostro de lo que alguna vez fue alguien.
Algunos dicen que parezco un payaso. Qué palabra tan estúpida. Los payasos hacen reír. Yo sólo muestro lo que se esconde detrás de las sonrisas: carne viva, miedo con nombre propio… y mi sonrisa. Esa sonrisa que no sube, que no alegra, que no se borra. Oscura, torcida, como un tajo mal curado que aprendió a hablar.
A ese niño —¿cómo se llamaba? ¿Lucas? ¿Iván? Bah, ya no importa— le gustaba mirarme. Primero fue curiosidad. Luego, el temblor. Y después, el nombre. Lo susurré, sí. No con la boca. Lo dejé caer en su oído como una gota negra, helada, pesada. Me gusta que sepan que los veo. Que los marco.
Porque yo nunca olvido a los que me ven.
Y él… él me vio. Y yo le sonreí.

by LuiSaifer (2025) AlDesingStudiO313