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En las frías y densas noches de invierno, cuando el viento gélido silba entre los árboles desnudos y las sombras se alargan como dedos espectrales...

En las frías y densas noches de invierno, cuando el viento gélido silba entre los árboles desnudos y las sombras se alargan como dedos espectrales, un grupo de mujeres de mirada intensa y almas marcadas por secretos ancestrales se reúne en el corazón del bosque. Curtidas en las enseñanzas prohibidas y perseguidas, estas guardianas del conocimiento oculto encienden un fuego que danza como si compartiera sus secretos con la noche.
Bajo la mirada eterna de la Madre Luna, cuya luz plateada parece protegerlas del mundo profano, celebran los akelarres, rituales cargados de misterio, poder y conexión con lo que otros temen comprender. Cada gesto, cada palabra pronunciada en un idioma olvidado, parece invocar fuerzas que vibran en la penumbra, despertando aquello que dormita entre los velos de lo visible.
El aire se llena de aromas de hierbas ardientes y resinas antiguas, mientras las llamas proyectan figuras que se confunden con espíritus ancestrales. No es solo un encuentro, sino un pacto con la tierra, el cielo y lo que yace entre ambos. Allí, bajo el manto oscuro de la noche, el tiempo se detiene, y lo prohibido se convierte en sagrado.
No es temor lo que reina en ese círculo, sino una fuerza inexplicable que late con cada palabra susurrada, cada movimiento sincronizado, cada mirada hacia la luna. En esos momentos, el mundo exterior desaparece, y lo que queda es un fragmento de lo eterno, un vínculo inquebrantable con los misterios más profundos de la existencia.
Photo by LuiSaifer (AlDesingStudiO313)