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Se encuentran entre nosotros. Son los Strigoi.

Se encuentran entre nosotros. Son los Strigoi.
Nacidos bajo el manto de la luna negra, son el séptimo hijo varón de una bruja, el último suspiro de un linaje maldito. Desde el primer aliento, su destino está sellado: no conocerán la paz, ni en la vida ni en la muerte. Su alma, corrompida por la sangre maldita de su madre, queda marcada por un hambre que ninguna carne ni plegaria puede saciar.
Las comadronas del bosque sabían lo que significaba un nacimiento así. Decían que cuando una bruja engendra siete hijos varones consecutivos, el séptimo no es un niño… es una grieta entre mundos. Un portal vivo por donde lo infernal se filtra. A ese hijo no se le debe mirar, ni nombrar, ni bautizar. Pero algunas lo hicieron. Por amor. Por arrogancia. Por locura. Y así, nacieron los primeros Strigoi.
Murieron jóvenes. Siempre mueren jóvenes. Pero no se quedan muertos.
Vuelven.
Surgen de la tumba con los ojos iluminados por las mismísimas llamas del Infierno, la sangre helada y la voluntad esclavizada por las fuerzas que acechan más allá del velo. Caminan entre los vivos, llevando en su interior la rabia de su madre y el veneno de generaciones malditas. Se arrastran en la oscuridad, devorando sueño
s, robando vida, bebiendo la esencia de quienes osan cruzarse en su camino.
No se les puede matar como a una bestia. No se les puede exorcizar como a un espíritu. Son carne condenada y alma corrupta, la unión impía entre lo humano y lo monstruoso. El fuego los hiere, pero no los destruye. El hierro los retrasa, pero no los detiene. Sólo la sangre de su linaje puede sellarlos… y casi nadie sabe ya cómo hallarla.
Y así, siguen aquí. Se sientan a nuestro lado en los trenes, sonríen en los mercados, duermen en habitaciones vecinas. Esperan. Se alimentan en silencio. Se multiplican. Porque mientras la línea de las brujas no se extinga, mientras los hombres sigan naciendo bajo cielos torcidos, habrá siempre un nuevo séptimo hijo. Y con él, un nuevo Strigoi.
La maldición continúa.
El Strigoi no piensa. No como los vivos. Su conciencia es un pozo negro que supura hacia adentro. No hay recuerdos. Sólo hambre. No hay culpa. Sólo una voluntad muerta que aún exige lo suyo: una muerte real. Una tumba que cierre.
El hedor de la carne podrida lo calma. Lo envuelve como un rezo enfermo. Cada cuerpo nuevo es una plegaria muda, una rendición involuntaria. Pero no basta. Lo muerto no sacia al muerto. Sólo lo enfurece.
Él espera al vivo.
Y no espera solo. Otros también despiertan. No tan antiguos. No tan enteros. Algunos apenas son restos: una mandíbula que chasquea en la oscuridad, un torso que se arrastra sin dirección, una sombra sin rostro. Pero están. Y están hambrientos. Suficiente para adorar. Suficiente para matar.
En la oscuridad, el Strigoi abre los ojos.
Y el silencio respira.
Lento. Frío. Antiguo.
by LuiSaifer (2025) AlDesingStudiO313