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La Nigromante, envuelta en un manto negro...

En la penumbra de una habitación olvidada por el tiempo, las velas negras parpadean inquietas, sus llamas proyectando sombras alargadas que parecen moverse con voluntad propia. El aire está cargado de un olor acre a cera derretida y hierbas quemadas. En el centro del espacio, descansa una vieja tabla Ouija, su madera oscurecida por el paso del tiempo y las manos temblorosas de aquellos que se atrevieron a usarla antes.
La Nigromante, envuelta en un manto negro que parece beber la poca luz del lugar, se sienta frente a la tabla, sus ojos cerrados mientras sus labios murmuran palabras en una lengua perdida. Sus manos, delgadas y pálidas como si la sangre apenas las recorriera, sostienen con firmeza un planchette tallado en hueso, grabado con símbolos oscuros que parecen moverse bajo la mirada.
El aire comienza a enfriarse, y un leve susurro llena la habitación, no como un sonido natural, sino como si las paredes mismas susurraran palabras incomprensibles. La Nigromante, sin vacilar, abre los ojos, ahora brillando con un resplandor antinatural, y coloca el planchette sobre la tabla.
"Los llamo a través de este umbral," dice con una voz que no parece del todo humana. "A vosotros, que habéis cruzado el velo. Hablad conmigo. Mostraos."
La tabla Ouija responde. El planchette se mueve lentamente, guiado por una fuerza invisible. Primero, hacia el símbolo del infinito, luego hacia las letras que comienzan a formar un mensaje que la Nigromante entiende, pero que haría enloquecer a cualquier mortal ordinario.
Las sombras de la habitación se agitan, tomando formas que no pertenecen a este mundo. Algo ha respondido. No es un espíritu amable, ni un eco del pasado, sino una entidad primigenia, nacida del abismo. Las velas se apagan de golpe, y en la oscuridad, un par de ojos rojos brillan desde el vacío.
"Estás aquí," murmura la Nigromante, con una sonrisa apenas perceptible en su rostro. El planchette ahora se mueve frenéticamente, como si la fuerza al otro lado intentara atravesar el portal que ella ha abierto.
"Tu tiempo llegará," dice la entidad, en una voz que suena como mil gritos al unísono.
Y mientras la Nigromante continúa su comunión, el mundo a su alrededor parece desvanecerse. Solo quedan las sombras, la tabla Ouija y un pacto sellado en el abismo.
Photo by LilithSaifer & LuiSaifer (2025) AlDesingStudiO313

En aquel viejo salón, donde el tiempo parecía haberse detenido, reinaba una atmósfera de melancolía y misterio...

En aquel viejo salón, donde el tiempo parecía haberse detenido, reinaba una atmósfera de melancolía y misterio. Las paredes, cubiertas por una pátina de polvo y olvido, susurraban secretos de épocas ya extinguidas. Dos espejos antiguos, cuyas superficies ajadas reflejaban más sombras que luz, se alzaban como centinelas de un pasado que aún respiraba en el aire pesado. Frente a ellos, un gran ventanal se erguía, su cristal empañado y rajado dejando pasar apenas unos tímidos rayos de luz, como si el sol temiera perturbar la quietud espectral de aquel lugar. 
Allí, en el centro de esa penumbra casi tangible, se encontraba ella, arropada en los brazos de su fiel guardián. Él, una figura esculpida en sombras y determinación, la protegía con un fervor que rozaba lo eterno. Sus ojos brillaban con una intensidad que parecía contener promesas y maldiciones a partes iguales. No era un guardián cualquiera; era un ser destinado a reinar en las sombras, a guiar los destinos de quienes osaran adentrarse en los dominios del ocaso eterno. 
El aire se llenaba de un silencio vibrante, roto solo por el leve crujir de las maderas del suelo, como si el salón mismo se inclinara ante ellos. Cada rincón parecía conspirar para preservar la escena, sabiendo que allí se gestaba algo más grande que el tiempo: un juramento de lealtad entre lo humano y lo oscuro, entre la luz moribunda y la promesa de un reino donde las tinieblas serían corona y manto.

Photo by LilithSaifer & LuiSaifer (2025) AlDesingStudiO313

En una mano sostenía el viejo candelabro, cuyo fuego parpadeante apenas lograba abrirse paso entre las sombras densas que devoraban la habitación...

En una mano sostenía el viejo candelabro, cuyo fuego parpadeante apenas lograba abrirse paso entre las sombras densas que devoraban la habitación. Las paredes, húmedas y cubiertas de musgo, parecían respirar con un ritmo lento y siniestro, como si la propia habitación estuviera viva. Un aire gélido se arrastraba entre las grietas del suelo, envolviéndolo todo con el aliento de algo antiguo y olvidado.
Con la otra mano, temblorosa pero firme, señalaba hacia la puerta. Era una puerta pesada, de madera ennegrecida por el tiempo, con marcas que parecían arañazos y símbolos grabados que emitían un aura inquietante. Al otro lado, según los susurros que el viento arrastraba, habitaban los seres más horribles jamás concebidos, criaturas condenadas a existir en un estado de furia y hambre perpetuas. Eran los moradores de la oscuridad, sombras encarnadas que se movían con el sonido de uñas arañando la madera, esperando el momento para cruzar y reclamar aquello que les pertenecía.
Cada sonido parecía amplificado en aquella cámara de pesadilla: el chasquido de la llama, el crujido de la madera bajo sus pies, y, más allá, el leve pero inconfundible rasguño que provenía de detrás de la puerta. Su respiración se volvió irregular; el frío no solo venía del ambiente, sino de algo más profundo, algo que no pertenecía a este mundo.
Una sensación opresiva lo envolvió, como si un millón de ojos invisibles lo observaran desde la penumbra. Sin embargo, no apartó la mirada de la puerta. Sabía que aquello que aguardaba al otro lado no temía la luz del candelabro, ni el hierro de la cerradura. Era una fuerza que no podía ser contenida, y él era su próximo objetivo.
Un susurro, apenas audible, cruzó la habitación como una caricia helada: "Abre... la puerta..."
Photo by LilithSaifer & LuiSaifer (2025) AlDesingStudiO313

El humo del cigarrillo se retorcía en el aire como un espectro siniestro...

El humo del cigarrillo se retorcía en el aire como un espectro siniestro, impregnando cada rincón con su hedor acre y alquitranado. Cada inhalación era un ritual oscuro, un pacto inconsciente con un verdugo silencioso que no necesitaba apresurarse. Como una serpiente insidiosa, el humo se filtraba en sus pulmones, envolviendo las paredes internas en un manto pegajoso y negro, sofocando poco a poco la vida que aún intentaba resistirse en su interior.
Sus pulmones, otrora rosados y vibrantes, se convertían en cavernas oscuras y endurecidas, marcadas por las cicatrices de su propia negligencia. Cada tos áspera era un recordatorio de la decadencia que él mismo había permitido; cada jadeo, un testimonio de la lenta pero segura invasión de aquel veneno insaciable.
El cigarrillo, delgado y aparentemente inofensivo, era en realidad un verdugo disfrazado, consumiendo su cuerpo desde adentro mientras ofrecía una falsa promesa de consuelo efímero. En su humo danzaban las sombras de advertencias ignoradas, las palabras de preocupación de amigos y familiares, todas ellas disipadas como el vapor en el aire, tan inútiles como desesperadas.
Y mientras el cigarrillo se extinguía entre sus dedos temblorosos, dejando tras de sí una colilla marchita y un rastro de cenizas, algo más se consumía junto a él: su tiempo, su fuerza, su vida. No había gritos ni drama en este acto, solo el implacable y lúgubre avance de una muerte que se saboreaba lentamente, con cada inhalación marcada por un destino que ya parecía sellado.
Photo by LilithSaifer & LuiSaifer (2024) AlDesingStudiO313